Por Luis Pasos (Tomado de La Prensa)
A primera vista, lo sucedido en Honduras constituye un golpe de Estado por parte del Ejército contra un Presidente democráticamente elegido; pero al analizar los hechos, en Honduras, aunque no por los medios idóneos, se restableció el Estado de derecho violentado por su Presidente.
El Ejército de Honduras no tomó el poder, ni actuó por decisión propia, sino por órdenes de la Suprema Corte de Justicia de esa nación. Ese acto lo respaldó el Tribunal Supremo Electoral y el Congreso, con el aval de los legisladores, hasta los del partido del ex Presidente, quien mandó al diablo las instituciones.
Dice la Constitución de Honduras en su Art. 4: “La alternabilidad en el ejercicio de la Presidencia de la República es obligatoria. La infracción de esta norma constituye delito de traición a la patria”. El Art. 239 constitucional señala: “El ciudadano que haya desempeñado la titularidad del Poder Ejecutivo no podrá ser Presidente o Designado. El que quebrante esta disposición o proponga su reforma, así como aquellos que lo apoyen directa o indirectamente, cesarán de inmediato en el desempeño de sus respectivos cargos…”.
Quien “aceleró” al ex presidente de Honduras, que no leyó su Constitución, fue el ex golpista Hugo Chávez, que no sólo le aconsejó reelegirse, sino disolver el Congreso. La injerencia financiera y política en Honduras del teniente coronel Hugo Chávez llegó a tanto que las boletas para pedir la reelección del mandatario hondureño fueron enviadas desde Venezuela. Un ingeniero hondureño que vive el proceso me dijo: “Chávez enloqueció a Zelaya”.
Adolfo Hitler ganó una elección democrática, pero ningún funcionario de la ONU o de la OEA se atrevería a decir que su gobierno fue democrático. La democracia no sólo implica un triunfo electoral del gobernante, sino el respeto a la Constitución con la cual fue elegido. Si un Presidente gobierna al margen de la Constitución, como hasta los diccionarios lo dicen, es un dictador.
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