22.2.13

Adiós a Ricky Ramírez

Por Mario Berríos

“Hola, pase adelante, en un momento baja mi papá”, me dijo el joven Ricky Ramírez, aquel muchachito de rostro angelical, sencillo y amable (de los jóvenes más corteses, talentosos, serviciales y humildes que he conocido). Habían pasado algunos años, cuando le conocí en brazos de su abnegada madre, Thelma Umaña. El general Ricardo Ramírez, comandante de la policía, llegó a darme la bienvenida a su hogar, Thelma también lo hizo, con su acostumbrada modestia y ejemplar atención. Corría el año 2011. Mientras ella preparaba desayuno y el General me servía, personalmente, café, Ricky, como su padre le llamaba, jugaba en unas máquinas de videojuegos y, de vez en cuando, llegaba a preguntarme cosas, detalles.

Sin duda era un gran lector, aparte de excelente alumno e incomparable amigo, según he leído en las noticias por referencias de sus compañeros de colegio y amigos. La suegra del general “Tiky” Ramírez, Thelma Carmina Powell también pasaba a saludarme. Por momentos el general y su esposa nos miraban en amena plática con la abuela de Ricky, entonces de 15 años.

—No hay suegra buena —le dije al general Ramírez.

Sonrió con sus ojos verduscos de felino mientras él me servía café.

—La mía es de los mejor —me respondió. Y agregó: —probalo, sé preparar buen café.

Mientras me quedaba solo por instantes, el pequeño Ricky, de manera furtiva, llegaba a conversar. De sus labios de niño, salió una voz suave, imperceptible, “Ya leí su libro”. Jugaba con un aparatito entre sus manos. “¿Cuál, Ricky?”. En su tez blanca brillaba aquella sonrisa inocente, como de un niño —aún— bajado del cielo para convivir entre los mortales. “Los Pájaros”, expresó. Le vi alejarse por un momento.

Por inverosímil que parezca, no conversamos con el general de la institución policial, si no de la familia, de sus gustos en la cocina, de cómo vivía en la misma casa desde hacía muchos años. Thelma continuaba afanada en la cocina, la suegra de vez en cuando sonriendo cruzaba frente a nosotros, sentados en el comedor.

—¿Le dijo Ricky que ha leído libros suyos?, me preguntó doña Thelma Carmina, suegra del general.

—Sí.
—Yo también —me aclaró—. No paré de leer Los Pájaros.

—Aquí tiene a uno de esos pájaros —le aclaré, sonriendo de igual manera y señalando al general.

—¿Verdad? Bien se me hace a mí, pero el yerno nunca comenta nada.

—Es que nuestros maestros de kínder eran mudos, entonces aprendimos más a las señas que a las palabras.

Sorbí un trago de café en tanto nos tirábamos una leve carcajada.

Esta vez la vi alejarse en su bata blanca con pequeñas florecitas.

Ricky se cruzó luego con su hermanita tomada de la mano, la pequeña María, otra flor de la familia Ramírez-Umaña. El general jugueteó con ella. En esto momento me pareció que estaba ante dos ángeles caídos del cielo llegados para irradiar felicidad en la familia, el vecindario, la escuela, entre los amigos y desconocidos.

De repente la niña corrió, alejándose del comedor tan pronto como había llegado. Ricky la excusó.

—Sólo quería conocerlo.

—Gracias Ricky.

—Es más penosa que mandada a hacer.

Esta vez Thelma y doña Carmina arreglaban la mesa. El general se había retirado a su habitación para vestirse pues en un momento saldríamos a un asunto personal de él.

—Ahí donde lo ve es gran Motagua —me aseguró un instante después la abuela de Ricky.

Sin duda era fanático de mente y alma, porque a cada paso transpiraba profunda pasión por las pequeñas cosas, por lo que hacía. Con su manera de hablar, suave y respetuosa, daba para pensar que se trataba de un modelo de chico, de esos que todo padre quisiese tener. ¡Tenía por donde salir! Su madre, Thelma, es una modelo de esposa, hija y amiga. ¡Los rasgos de ella estaban en Ricky!, verla a ella era verlo a él. Y mirarlo a él era verla reflejada a ella. De su padre también sacó mucho, comenzando con el talento y la astucia, la sagacidad moderada de un profesional de la policía y la lealtad que sólo muestran los grandes amigos.

A pesar de su edad y apariencia infantil, se me hizo que Ricky era más maduro de lo imaginado, pocos cipotes —al margen de su sencillez— hablan con la seguridad y soltura de él. Por si fuera poco, según supe tenía un gusto refinado por la música, en especial una comunicación casi celestial con su guitarra, en particular cuando tocaba canciones de los Beatles. ¡Tenía un parecido excepcional con Paul McCartney! ¡Podría asegurar que era su doble!

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